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domingo, 24 de mayo de 2015

¿Has leído… “Una breve historia de casi todo”, de Bill Bryson?


Si no has leído esta obra maestra de la divulgación científica, ya estás tardando… pero mucho. Este libro del periodista y escritor norteamericano Bill Bryson es una obra de imprescindible lectura. Vale que el contenido de algunos de sus capítulos quizás te los sepas ya de memoria porque tu profe te haya desvelado sus secretos, pero con toda seguridad hay otros muchos que te descubrirán una gran cantidad de información valiosa e interesantísima.
El título, además, está magníficamente escogido: “Una breve historia de casi todo”, porque trata de casi todas las disciplinas científicas importantes, desde la cosmología hasta la genética, pasando por la astronomía, la física, las matemáticas, la química, la geología, la paleontología, la antropología, la botánica, la biología… y alguna disciplina más que me dejo en el tintero. Y esUna breve historia porque eso es lo que es el libro: una serie de capítulos breves, de quizás 25 ó 30 páginas cada uno, en los que se explica no sólo la información más relevante e interesante sobre cada disciplina científica de las que habla, sino que además describe los antecedentes que llevaron a la propia creación de la disciplina de que se trate.
Información rigurosa, sí, pero en su justa medida, con su pequeña dosis de anécdotas y sucesos que hacen amena la lectura. Un libro que no puede faltar en la biblioteca del tamicero o del cedacero de pro. ¡Y además es un regalo perfecto a un precio estupendo!
Bill Bryson es un periodista y escritor que, según cuenta en el prefacio del libro, en cierta ocasión, viajando de costa a costa de los EE.UU. se quedó mirando el horizonte y pensando en que en realidad él no sabía prácticamente nada del mundo que habitaba, por ejemplo por qué el mar es salino, pero los Grandes Lagos no lo son, y tampoco sabía si la salinidad marina aumentaba o disminuía… ni mucho menos si debería estar preocupado por ello.
Corte de la Tierra: componentes.
El caso es que una cosa llevó a otra, y le recordó una ilustración de su libro de ciencias de cuarto o quinto[2] en la que se veía el globo terráqueo al que le faltaba un gajo de una cuarta parte de su volumen, lo que permitía ver el interior con sus capas bien diferenciadas: la corteza, el manto, el núcleo y todo eso, y se preguntaba Bill entonces, cuando estaba en cuarto o quinto, que dónde estaría exactamente el gajo que faltaba y lo peligroso que sería, por ejemplo, circular por alguna carretera interestatal de esas que atraviesan en Medio Oeste norteamericano, con sus interminables rectas de decenas de millas, cuando llegaran al borde del precipicio de 6.400 Km de profundidad. Más valía que estuviera muy bien señalizado, pues si no los automovilistas se caerían por el inmenso agujero hasta llegar al mismo centro de la Tierra…
Muchos años después, mirando aburrido por la ventanilla del tedioso vuelo que le llevaba de un lado al otro del continente, recordaba su ingenuo temor pero a la vez comenzó a preguntarse cómo se descubrían las cosas, cómo se enunciaban y se demostraban las nuevas teorías, y cómo es que tantas y tantas personas se hubieran dedicado en vida y alma a la ciencia, a descubrir nuevas Leyes de la Naturaleza, a encontrar una galaxia más lejana, a demostrar nuevas ecuaciones o a inventar nuevos procedimientos para aislar un elemento, una bacteria o un virus… cuando eso a él, periodista y, por consiguiente, un “hombre de letras”, no le llamaba la atención lo más mínimo, le era completamente extraño. ¿Qué llevaría a gente como Evariste Galois a dedicar sus últimas horas antes del duelo que, de forma casi inevitable, acabaría con su vida,[3] en escribir frenéticamente sus descubrimientos sobre la novedosa teoría de grupos, en vez de a descansar o quizás a ejercitarse en las armas que debería usar en la mañana siguiente, o mejor aún, a huir para salvar la vida? ¿Qué placer podría encontrar Mendel, un tranquilo y oscuro monje austríaco, en experimentar durante años con sus guisantes hasta descubrir las leyes primigenias de la genética, descubrimiento que fue displicentemente olvidado durante muchos años antes de ser redescubierto para crear una nueva y emocionante disciplina científica?
Bryson tomó la determinación de intentar averiguar, en lo posible, esas motivaciones, y el porqué de que tantos brillantes individuos hayan dedicado su vida a la búsqueda de una respuesta. Y no sólo tomó la determinación, sino que, y eso sí que tiene mérito, ¡convenció a su editor de que el esfuerzo merecía la pena! Como consecuencia de ello, Bill pasó tres años de su vida viajando de Londres a Australia, de París a Los Ángeles, entrevistándose con científicos señalados de las más diversas disciplinas científicas, piadosas personas que estuvieran dispuestas a responder sus estúpidas preguntas de neófito, buscando comprender, en primer lugar, de qué va y por qué es importante la propia disciplina científica en sí; y en segundo, su historia: cómo nació, quiénes fueron sus fundadores o divulgadores, qué dificultades hubo de vencer hasta consolidarse y qué hallazgos importantes ha conseguido a lo largo del tiempo.
Pero lo más difícil de su tarea no fue eso, sino utilizar toda su capacidad como periodista para plasmar toda esa información en forma de relato ágil, interesante, ameno y, sin embargo, riguroso y con buena cantidad de información científica. En una palabra, dar las pinceladas exactas de cada rama científica para que un lector curioso pero sin gran formación científica se sienta atrapado desde el comienzo. Y, ojo, en realidad prácticamente todo el mundo se encuadra en la definición anterior, pues aunque uno sea físico nuclear, seguro que de geología, o de paleontología o de botánica, por ejemplo, sabe tanto como tú, lector, o como yo: más bien poco. Y eso lo consigue Bryson a base de mezclar hábilmente las pequeñas historias de los protagonistas con la Historia con mayúsculas de la rama del saber de que se trate, la descripción de la disciplina con la presentación de algunos datos, no muchos, pero que permiten centrar las ideas de forma exacta… Los que leéis a Pedro podéis haceros una idea de qué estoy hablando: alguien que es capaz de soltarte un ladrillo sobre física cuántica o sobre la teoría de la relatividad especial y que, encima, ¡te guste tanto que esperes ansioso a la publicación del siguiente artículo!
El libro, publicado en 2003, se divide en seis grandes apartados, dedicados cada uno a una de las, por así decirlo, grandes disciplinas de la ciencia, estando a su vez cada uno de ellos dividido en varios capítulos, entre tres y seis dependiendo del grupo.
El primer apartado del libro, Perdidos en el cosmos, habla de Cosmología y Astronomía, del Universo y del Sistema Solar y cómo hemos ido descubriendo en el cielo objetos cada vez más lejanos y enigmáticos.
El segundo, El tamaño de la Tierra, habla de los esfuerzos que los seres humanos hemos realizado para conocer el tamaño de nuestro planeta y, de paso, del resto de objetos del Universo, y no sólo de su tamaño, sino de la edad de nuestro planeta y cómo su edad estimada fue variando conforme los diversos descubrimientos paleontológicos, físicos y químicos fueron variando nuestros conocimientos.
El tercer apartado, Nace una nueva era, nos introduce directamente en los hallazgos de principios del siglo XX a cargo de Einstein, de Planck, Bohr, Fermi, Feynman  y tantos otros que derribaron literalmente nuestra concepción de la física, ésa a la que a fines del Siglo XIX, en palabras de Lord Kelvin, “tan sólo le faltaba por resolver unas pocas pequeñas cosas para estar completa”. Lástima que una de esas pequeñas cosas fuera el efecto fotoeléctrico, por cuya explicación se concedió a Albert Einstein el Premio Nobel, y no por su Teoría de la Relatividad (Especial o General), o la “catástrofe del ultravioleta”, cuya explicación dio origen a la mecánica cuántica…
El cuarto apartado, Un planeta peligroso, habla de las entrañas de la Tierra, de geología y vulcanismo, de tectónica de placas y terremotos catastróficos… que cualquier día pueden cambiar nuestro mundo, como desgraciadamente han podido comprobar en los últimos años en Sumatra, en Cachemira, en Irán, en Haití o, muy recientemente, en Nepal.
El quinto, La vida misma, habla de la eclosión de la vida en nuestro planeta, cómo se ha desarrollado y cómo hemos ido paulatinamente conociendo más sobre nuestros antepasados, hasta llegar a Darwin y su teoría de la evolución y, finalmente, al descubrimiento del ADN.
Y el sexto y último apartado, El camino hacia nosotros, nos introduce en nuestra historia y la de nuestros antepasados directos, la historia de un mono cascarrabias que tomó una senda evolutiva diferente hace unos pocos millones de años y que ahora “domina” el planeta… o al menos eso nos creemos.
Un lujo de libro, un lujo de regalo para adolescentes inquietos, cónyuges curiosos, padres inteligentes y amigos del alma… y lo digo por experiencia, pues yo mismo he regalado muchas veces Una breve historia de casi todo, con gran éxito… y por poco dinero, porque la edición de bolsillo no llega a los diez euros (aunque muchas veces está agotada) y la edición lujosa de tapa dura anda por los veinte. El libro lleva ya unas veinte ediciones sólo en español, y ni me imagino cuántas más en inglés o en otros idiomas, y desde luego que debe llevar varios millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Años después Bill Bryson escribió una versión para niños del libro, titulada “Una muy breve historia de casi todo”, creo que ilustrada, aunque yo no la conozco. Porque, eso sí, el libro no contiene ni una sola ilustración más allá de la de la Tierra sin su gajo del principio del artículo… ¡ni falta que le hace!
En fin, un libro estupendo que cumple magníficamente su función: divulgación científica de calidad que se lee de corrido. Un lujo, ya digo. Disfrutadlo.



Portada del libro. ¡Ojo! Como ha habido muchas ediciones, la portada ha variado a lo largo de los años. Ahora seguro que es diferente. Pero el contenido es el mismo. Supongo.
Vía El Cedazo Publicado por  el Sábado, mayo 23, 2015

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