Como
en las pastelerías finas en esta muestra selecta de arte británico de los
últimos 500 años nos podemos encontrar desde el bocadito delicioso hasta el
ninguneado en la esquina de la bandeja y que no hay quien se atreva con él. Se
trata de hacer de la necesidad, virtud. Ya que no podemos traer las grandes
obras que se encuentran en los grandes museos y que, por tanto, resultan
inaccesibles, magnificamos esas obras escondidas en colecciones privadas ajenas
al ojo del gran público. Y ya que la muestra no puede ser suficientemente escogida
lo encubrimos incorporando un repertorio completo de todos los autores posibles
disimulando la falta de jerarquía artística con la imposición de un criterio
literario. Lo que da como resultado una muestra desigual e irregular desde el
punto de visto artístico pero con gran interés desde el punto de visto
histórico, cultural y antropológico.
Tan sólo con acudir a ver la exposición ya te encontrarás con la sensación de encontrarte en una autentica isla. La Fundación Juan March se encuentra situada fuera del gran continente cultural que se traza en torno al eje Prado-Recoletos desde el Reina Sofía, al Museo del Prado, el Thyssen, CaixaFórum y la Fundación Mapfre.
No obstante, la exposición ha sido presentada como una
propuesta que da a conocer la extraordinaria dimensión y la considerable
vitalidad del arte británico entre los siglos XV y XX, cuyo título se hace eco
de la novela del escritor británico Robert Louis Stevenson, al reflejar cómo la
isla tiene un tesoro –su arte, su pintura y escultura- que, como casi todos los
tesoros, está aún medio oculto y por descubrir.
La referencia literaria pretende ser una especie de guiño. La isla tiene
un tesoro, se sabe que existe y a través de un
plano, una referencia se comienza su búsqueda. Tal vez los organizadores, los
comisarios, pretenden que cada uno de nosotros encuentre su tesoro. La idea que
subyace en esta exposición es que cuánto más sepamos del arte británico (dónde
está, qué lugar ocupa…) mayor conocimiento y, por lo tanto mayor valor tendrá.
La crónica del arte específicamente británico lo presenta como un lugar sorprendentemente universal: el faro y refugio de un considerable número de artistas extranjeros que hizo de Gran Bretaña su lugar de residencia y de trabajo. Ese lugar -Britain- al que ni siquiera llamamos por su nombre, prefiriendo circunloquios como Gran Bretaña, Reino Unido o Islas Británicas, es también otro de nuestros queridos y odiados vecinos del norte, tan diferente y tan parecido.
La perspectiva adoptada ha sido la de la búsqueda de los lugares geográficos singulares y mágicos; y, por tanto, la idea que subyace al proyecto ha sido preguntarse dónde estaba y dónde está, en lugar de perderse en disquisiciones sobre qué era y qué es el arte británico. Entre otras razones, porque a la vista de la propia muestra carece de identidad.
La perspectiva adoptada ha sido la de la búsqueda de los lugares geográficos singulares y mágicos; y, por tanto, la idea que subyace al proyecto ha sido preguntarse dónde estaba y dónde está, en lugar de perderse en disquisiciones sobre qué era y qué es el arte británico. Entre otras razones, porque a la vista de la propia muestra carece de identidad.
Curiosamente, la muestra aunque
pretende negarlo nos sitúa ante la evidencia de que el arte creado entre
finales del XVI y la era Thatcher es fruto de eso que en política exterior se
llamó el “espléndido aislamiento” de las islas en el contexto europeo. Como
decía el noticiero inglés: “Niebla en el canal: el continente, aislado”. A Gran
Bretaña se le puede disculpar el chovinismo por su sentido del humor y su gusto
por el sarcasmo. Swift y Sterne, Fielding y Dickens, Chestertony Waugh han conjurado con párrafos
certeros la ansiedad de una tierra sin escapatoria.
La différence anglaise fue acuñada por el enemigo francés,
altanero y sofisticado, a modo de reproche. Con independencia de los epítetos,
el Reino Unido ha suscitado siempre la curiosidad de los continentales, ya
fuera por la autoridad moral de sus postulados liberales, por su vanguardia
tecnológica y su riqueza o por la supremacía naval y militar traducida
en el ramillete de las colonias. Como dicen por Londres, “Si
Dios hubiese querido que fuéramos parte del continente, evidentemente no habría
abierto el Canal”.
Del mismo modo interrogativo en que Humphreys se pregunta: ¿Dónde estaba
el arte británico), cabe que nos preguntemos tras contemplar la muestra qué es lo que lo
define, y si no sería mejor dejarnos llevar por la célebre frase cargada de
veneno de Godard: “Podríamos hablar del
cine inglés posterior a la II Guerra Mundial si tal cosa existiera”.
Por tanto, si se pretende reivindicar al arte británico, no se puede
conseguir por medio de trazar paralelismos con la evolución en el continente. El
tópico del añejo tradicionalismo insular frente a la frescura de la modernidad
continental no logra ahuyentarse del todo tras esta visita. Busquémoslo, pues, en
las esencias de ese arte: la enorme influencia de la literatura, el gusto por
el retrato _toda una obligación cuando la reforma prohibió la imaginería
religiosa_ y la presencia poderosa del territorio como identidad sublimada en esos
paisajes entendidos como un motivo único y trascendental.
Así que, tal como diría Jack the Ripper, vayamos por partes. Como
comisario de la exposición, se ha contado con el conservador británico Richard
Humphreys, quien se ve con la arrogancia de un pirata inglés en el intento de explicar en
pocas palabras la historia del arte de su país. Una nación que se aupó sobre la
destrucción de su pasado católico; arribada con la reina Victoria al
imperialismo arrogante; deprimida en la decadencia de la Segunda Guerra Mundial
y catapultada en un renacimiento postindustrial a partir de los Beatles y el
pop de la cultura de las masas y la sociedad del espectáculo.
Asimismo, la muestra _ que reúne 180 piezas (pinturas, esculturas, obra
sobre papel, libros, revistas y fotografías) realizadas por más de un centenar
de artistas y procedentes de las más diversas instituciones europeas,
principalmente británicas_ participa de
esas pasiones, tan inglesas, por la miscelánea y las listas. Tiene ese aire de caprichosa
acumulación de cachivaches y flemática divulgación histórica tan victoriana. El
recorrido por las salas de la fundación, que esta vez abandonan ese aire de galería
sofisticada del Barrio de Salamanca, para recordar más bien al atestado desván
de una mansión familiar inglesa, invita a pensar que la sombra británica, tan
alargada en campos como la literatura, la música pop o el mercado del arte
contemporáneo, nunca llegó a deslumbrar; siglos de rivalidad y otros caprichos
de las afinidades electivas desviaron la atención de reyes y coleccionistas en
otras direcciones.
Por ello la muestra posee la virtud de intentar acercar al público español este
arte británico, casi ausente de las colecciones de los grandes museos
españoles, salvo piezas aisladas de Museos apartados de las grandes rutas
culturales como el Museo Camón Aznar de Zaragoza, el Museo de Bellas Artes de
Valencia, la Real Academia de San Fernando o el Museo Lázaro Galdeano o
Cerralbo en Madrid. Prueba de ello es que entre los cerca de 80 colaboradores
con el préstamo de las obras solo un reducido número son españoles. El resto
proviene de museos y colecciones privadas estadounidenses, portuguesas, suizas,
alemanas y, sobre todo, claro, británicas. Además, estas no se encuentran en
los museos o instituciones más visitados, "sino que se da la oportunidad
al público de contemplar piezas a las que es difícil acceder”.
La muestra se ha perfilado a modo de companion,
dice Humphreys, ese género de libros tan prácticos (y tan anglosajones) que
introducen al conocimiento y al disfrute de un aspecto concreto del saber. Se
trataba de ensayar una suerte de 'A March Companion to British Art', eligiendo
y reuniendo una serie de obras que guiaran y acompañaran al público en un
recorrido visual con abundantes referencias literarias.
El conjunto, formado por piezas escasamente conocidas, obras esenciales y
agradables sorpresas, es todo un testimonio del arduo proceso de búsqueda y
captura de los fondos necesarios para armar el relato. “Había nombres que,
sencillamente, no podían faltar”, explica en el catálogo el patrono de la
Fundación sobre el trabajo de dos años, transcurridos desde que surgió la idea
con motivo de la exposición en la fundación sobre la fascinante figura del
artista, escritor y fabricante de manifiestos Wyndham Lewis.
Es una oportunidad única para aproximarse a la nómina completa de los artistas
británicos casi sin que falte ninguno. Si
bien la selección se salta lo más sobresaliente, aunque lo muestre (Turner, Moore, Constable, Bacon, Blake o Hamilton) con piezas muy menores, y se
recrea con intensidad en dar cuenta de nombres y trabajos apenas conocidos,
algunos de una gran calidad, inspiración
e interés y otros no.
Enfrentarse a esta selección autorizada del arte británico es una aventura
accesible para todos los públicos. Se puede abarcar en una hora y no exige
grandes esfuerzos mentales. Las imbricaciones entre estilos y épocas generan
sugerencias agradables y reflexiones fértiles.
Si Stevenson dirige nuestra atención de su novela más
famosa hacia la lectura de un mapa como objeto mágico, ese símbolo se encuentra
omnipresente en la exposición a través de ese gran último despiece de Tony
Cragg . Esta monumental pieza que cierra el recorrido en el sótano de la
fundación: Gran Bretaña vista desde el norte (1981), es un mapa del
tesoro trazado a partir de desechos que responde visualmente a la idea de la
excepción artística de las islas.
Así, en mi particular búsqueda del tesoro británico pude descubrir alguna
pieza magnífica y otras que han adquirido un nuevo valor como es el caso de las
obras que se pueden encuadrar en el pop art británico. Os invito a acompañarme
en un paseo por una selección de obras en
función de una mirada personal donde me voy a detener en las obras que
despertaron mi curiosidad más por sus connotaciones historicistas que por su intrínseco
interés artístico.
FUNDACIÓN JUAN MARCH
La isla del tesoro. Arte británico de Holbein a Hockney
De 5 de octubre de 2012 a 20 de enero de 2013
Comisario: Richard Humphreys
Catálogo ilustrado, en dos ediciones, española e inglesa. Introducción al arte, la historia y la cultura visual de Gran Bretaña de Richard Humphreys, Tim Blanning y Kevin Jackson, que contiene una selección de textos de artistas, ensayistas, historiadores y literatos.
Actividades complementarias: Música y conferencias
Las secciones de la exposición se titulan:
La isla del tesoro. Arte británico de Holbein a Hockney
De 5 de octubre de 2012 a 20 de enero de 2013
Comisario: Richard Humphreys
Catálogo ilustrado, en dos ediciones, española e inglesa. Introducción al arte, la historia y la cultura visual de Gran Bretaña de Richard Humphreys, Tim Blanning y Kevin Jackson, que contiene una selección de textos de artistas, ensayistas, historiadores y literatos.
Actividades complementarias: Música y conferencias
Las secciones de la exposición se titulan:
· Destrucción y Reforma (1520-1620),
· La revolución y el Barroco (1620-1720),
· Sociedad y sátira (1720-1800),
· Paisajes de la mente (1760-1850),
· Realismo y reacción (1850-1900),
· Modernidad y tradición (1900-1940) y
· Un mundo feliz (1945-1980).
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